Las elecciones y la salamandra
Votamos o no votamos por quien ganó o no ganó. Así podría resumirse la costumbre de acudir a las urnas para elegir a nuestros gobernantes, usanza que en México parece estar ligada a una práctica sin sentido, toda vez que comicios tras comicios el ciudadano se aleja de las casillas, y quienes emiten su sufragio lo hacen por motivos que en muchos casos distan de la confianza en los candidatos.
Entonces, ¿por qué votamos? ¿Votamos
por quien nos gobierne o por quien nos mande? ¿Votamos o Botamos?
En México ciudadanos de 13
estados eligieron 12 gubernaturas, 966 presidencias municipales y 388
diputaciones locales, 239 de mayoría relativa y 149 de representación
proporcional, con los resultados que ya conocemos: el Partido Acción Nacional
(PAN) obtuvo el triunfo en siete entidades, lo que supuso una derrota con
tintes catastróficos para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que
ahora debate su proyecto con la esperanza de mantenerse en la Presidencia de la
República en 2018.
Aguascalientes, Baja California, Chihuahua,
Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala,
Zacatecas, Puebla y Veracruz fueron los escenarios de la llamada “fiesta de la
democracia” donde hubo demasiada pirotecnia pero pocos, muy pocos invitados.
En Puebla el verdadero ganador
fue el abstencionismo. Cerca del 60 por ciento de los ciudadanos no sufragaron,
unos por desinterés en la vida política, otros por desidia, otros porque no se
sintieron atraídos ni por las propuestas de los candidatos ni por los proyectos
que representaban, si es que acaso representaban alguno. El disparate, en la
mayoría de sus dichos, fue el común denominador de sus discursos de campaña.
El desinterés en la elección del
titular del Poder Ejecutivo en Puebla va de la mano con la “guerra sucia” que
los equipos de los principales contendientes ejecutar. Pero sabemos que este
tipo de estrategias son propaganda, y que después de lo dicho, sea cierto o
falso, queda en el olvido tanto por los partidos en disputa como por los
ciudadanos. Y no, no debe ser así.
Si las denuncias que se hacen en
campaña —enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias, desvío de recursos,
falta de transparencia— pasaran de ser un ejercicio de intimidación que impulsa
el desencanto del ciudadano y glorifica el abstencionismo, y se transformaran
en actos que deben ser investigados por el simple hecho de que lo que vociferan
los estragas —esas “mentes brillantes” de la política— son delitos, se daría un
paso firme para alejarse de la corrupción que permea en el sistema democrático.
En un capítulo de Los Simpsons —la familia amarilla que es
el referente de la cultura pop más importante del siglo XX— Homero se postula
para alcalde de Springfield, disfrazado de Salamandra “empollahuevos”, con
mirada de rayos X, aliento de fuego y habilidad para hacer reír a la gente con
pelotas de tenis que salen de su trasero.
Durante un acto en el que
presenta sus propuestas, tan serias como su atuendo, el periodista Kent
Brockman le pide su postura en torno a la publicación de unas fotografías donde
aparece ahorcando a su hijo Bart. Homero no se inmuta y pide que la elección no
sea “influenciada” por unas fotografías “tomadas hace unas horas”. La gente lo
vitorea y el candidato regala cajas de cerillos. Todos ríen.
A veces somos más parecidos a un
capítulo de Los Simpsons de lo que
creemos, o de lo que nos gustaría aceptar.
¿A veces?
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