"Bates Motel": Primero sueña, luego muere


Alguna vez Alfred Hitchcock, ese director de cine gordo, de voz chillona y pausada que gustaba de espiar a sus actrices hasta el punto de la obsesión, describió el suspenso en oposición al terror —palabras más, palabras menos— de la siguiente manera: hay dos tipos de bombas, aquellas que se arrojan desde un avión, de las cuales las personas sólo escuchan un silbido y esperan su caída inminente, sin saber el lugar específico en el que lo harán o si el artefacto detonará; el otro tipo es el referente a las minas (explosivos enterrados) cuya ubicación se desconoce pero que al pisarlas explotan de manera azarosa. El primer tipo corresponde al suspenso (sabes que algo se aproxima pero desconoces los detalles que envuelven su presencia), mientras que el segundo al terror (no sabes que algo que te puede hacer daño está cerca hasta que te vuela en mil pedazos).

El suspenso es, al menos así lo entiendo, una certeza pausada, la incógnita próxima a despejarse pero que uno sabe que contiene más incertidumbres.

Es así que pienso en la deuda que tengo con Bates Motel, así como en la complicidad que inició hace algún tiempo, mucho antes que supiera de la existencia de la serie de A&E o de que, de manera incierta, escribiera un libro con el mismo título pero refractado en un espejo: Motel Bates (FETA, 2013).

Sí, esta parte se puede llamar azar o, por qué no, el principio de una incertidumbre ¿Notaron ese avión bombardero que nos amenaza con su vuelo?

Un apunte, un crimen
Este texto —que escribo como admirador de la obra paralela de Bloch-Hitchcock (Psycho) y apasionado de las series de televisión— no hablará sobre las coincidencias o las casualidades del suceso Bates MotelMotel Bates sino del trabajo que Anthony Cipriano realizó con uno de los referentes más importantes del mundo cinematográfico, en especial del que se centra en el suspenso y el terror.

Bates Motel es una serie de suspenso que aborda el proceso de descomposición psíquica de Norman Bates, ese asesino icónico, trastornado, poco carismático e inspirado en Ed Gein que llegó a la “pantalla grande” gracias a Alfred Hitchcock en 1960. Además, la serie lleva al espectador —o al menos eso pretende— a conocer la relación enrarecida entre Norma y Norman, y cómo ésta se posiciona en la psique del futuro asesino y embalsamador semiprofesional.

En general en la serie, así como en la película, existe una apuesta por mostrar que lo uno siempre es otro, que existen realidades ocultas en los discursos, que nada es lo que parece y que lo más extraño es lo normal.

Ante la duda es mejor afilar la navaja
Si bien en un principio la apuesta de Cipriano y su equipo de guionistas por recrear el universo de Psycho me pareció arriesgada, sobre todo por lo que supuse sería un despliegue increíble de recursos para elaborar una narrativa de época, al observar “First you dream, then you die”, primer capítulo de esta precuela, recibí un golpe de asombro tras ser testigo de los dos planos que se fusionan en la serie: al interior de la casa de los Bates, así como en el motel que Norma compró en un pueblo de Oregón, distinguimos un ambiente minimalista que se hermana con los años 60, mientras que en el exterior nos enfrentamos a un entorno contemporáneo, lleno de “teléfonos inteligentes”, computadoras portátiles, mensajes vía WhatsApp, música electrónica, entre otros elementos propios de una serie ubicada en la segunda década del siglo XXI.


Por ejemplo, la imagen de Norman sentado en la parada del autobús escolar mientras escucha música en su iPod, por mencionar algo, me parece uno de los elementos que fracturaron la idea primigenia que tenía sobre Bates Motel y que, para los seguidores del cine del “maestro del suspenso” estoy seguro provocarán un malestar, quizá dos o algunos más.

Pero estas son, al fin y al cabo, anécdotas y peculiaridades de una serie que tomó de manera muy libre una historia que puede considerarse clásica para darle un giro y que, a pesar de que a un fan de Hitchcock le puedan incomodar, pueden pasarse por alto siempre y cuando la narrativa de la serie mantenga su coherencia al interior de sí misma.

Entonces, como dice Norma Bates, madre y conciencia del joven Norman en uno de los últimos capítulos: hablemos de “almas viejas”, de historias que trabajan consigo mismas para causar asombro y generar un par de expectativas.

Suspicacias
Si hablamos de la historia, que en su primera temporada contó con las actuaciones principales de Freddie Highmore (Norman Bates), Vera Farmiga (Norma Bates) y Max Thieriot (Dylan Massett, medio hermano de Norman), encontramos un par de elementos positivos que, sin lugar a dudas, generaron expectativas altas entre los espectadores y que, quizá por eso, orientaron en mí una exigencia mayor de la historia.

El primer capítulo, por mucho el mejor de una serie que fue de más a menos, nos delinea lo que se supone será la trama general: Norma con ataques de ira, temerosa y desquiciada en ocasiones; Norman asustado, incómodo con  su entorno y presa de una fijación por su madre que nos hace pensar de manera inmediata en el complejo de Edipo, idea que se refuerza cuando contraponemos el referente de Psycho de Hitchcock.

En un  principio la producción de A&E es interesante porque nos otorga bocados que nos transportan al universo de la película de 1960 y al libro: el desequilibrio, la compra del motel, el baño donde, años después —en algún paralelo— Norman, disfrazado de su madre (o quizá su madre disfrazada de Norman) acuchillan a Marion Crane.

En el resto de capítulos las miradas, enfoques, segundos planos, tomas a las escaleras, el gusto por la taxidermia, los cuadernos secretos o la suspicacia al de prefigurar víctimas futuras, entre otros, componen un universo de detalles que de poco en poco construyen un rompecabezas referencial. Ese es, a mi gusto, el logro de la serie y algo que como fan del cine del “gordo” aprecio.

Sin embargo, esta colección de pistas no es suficiente para dejar de lado que la historia cae conforme avanzan los capítulos, haciendo que los personajes se transformen en caricaturas de sí mismos.

Por ejemplo, Vera Farmiga, quien soporta el peso actoral de la serie, termina como una mujer cuyos actos devienen en infortunio tragicómico porque todo (¡ay, pobre de ti, Norma Bates!) le sale mal.

Otro de los aspectos que generan dudas y que no cumplen con lo que se prefigura en los primeros capítulos, son las historias paralelas que no hacen sino desconcertar al espectador: un red de trata de personas, plantíos y tráfico de mariguana, un pueblo que oculta la violencia mientras la ignora (esta es quizá la más afortunada), corrupción, crisis y amoríos estudiantiles.

Desvanecerse bajo la regadera
Es el progreso del desequilibrio de Norman Bates el que se difumina a lo largo de la serie. En un principio lo vemos prendido de su madre y jugando con ella de una forma macabra, cual cómplices involuntarios, en mucho provocado por unos “ataques” de ansiedad o ira que él sufre. En esta parte Norma se ve como una figura imponente para su hijo; sin embargo, poco a poco el personaje de Farmiga pierde lucidez.

Por su parte Norman, después de mostrarse como un ente que genera ciclos de inestabilidad y de posible maldad se transforma en una especie de detective y justiciero que, al final, termina por matar a su maestra, una mujer que apuntalaba la sospecha de un conflicto sexual, en una escena que bien pudo explotarse hasta el punto de causar pánico y no concluir en un fiasco cuando vemos a Norman correr y luego, mediante un corte de escena, a la profesora en el suelo con la garganta rebanada.

¿Ese crimen ausente es el que detona la psicosis de Norman? No lo sé, sólo espero que la segunda temporada de Bates Motel repunte y no se quede como una anécdota más del cosmos que Robert Bloch ideó en un principio, como la segunda tercera y cuarta partes de la película, o como el muy ineficaz remake de Gus Van Sant.

A la espera de la detonación
A mi entender Bates Motel prometía mucho pero se enredó en una maraña de intrigas que más bien parecen responder a la única y exclusiva exigencia de traer al mundo contemporáneo la historia, o quizá abaratar el costo de producción. Ahí, creo, se encuentra el pecado, la falta de malicia, de ponzoña.

Sin embargo, si bien es cierto que la serie presenta inconsistencias narrativas, incluso de actuación,  vale la pena apreciarla, quizá más con la idea de distinguir esas variantes, esos pequeños detalles que componen una historia que, claro está, supera al proyecto de A&E.

Además estoy seguro de que la historia no puede seguir desapareciendo ante nuestros ojos para dejar a un Norman que actúa de manera caprichosa, y no motivado por el desequilibro que para el representa la relación con su madre.

Sí, claro que en estas líneas recuerdo esa escena de Psycho donde, en una toma picada, Norman baja con su madre en brazos por las escaleras sin que el espectador intuya siquiera que la anciana está momificada. Ese descender por los escalones, no temo decirlo, se asemeja a la caída de la bomba del suspenso. La expectativa es, al fin y al cabo, el explosivo que esperamos sea detonado de un momento a otro, tal vez en las instalaciones Bates Motel.


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