Temps era temps



Dice Enrique Vila-Matas, socio número dos mil y tantos del FC Barcelona, que ser escritor es lo más parecido a ser un espía. Les atribuye a estos oficios, a ambas formas de ver el mundo (de escribir el mundo) una característica: la de un extraño modo de vida.

Creo que otra manera, otro disfraz de espía es el de ser director técnico de un equipo deportivo, pues un entrenador es también un voyeur, un observador atento de lo que pasa. Su objetivo se cifra en un espacio de dimensiones limitadas donde la vida transcurre frente a sus ojos. Quizá su misión, la de observar puntos vulnerables en las estructuras para después franquearlas con sus elementos, sea la del agente encubierto que se aprovecha de la apariencia y de la confianza del otro para obtener pistas, detalles con los cuales armar un discurso, un informe. Para el técnico su reporte es el marcador, y la forma en la que llega a él es su estrategia.

Tras la despedida de Josep Guardiola del equipo FC Barcelona (un hasta pronto que, algunos dicen, terminará en retorno) concluyó una etapa del barcelonismo pero, más que de eso, del futbol, de las posibilidades de desplegar un juego que supo unir la estética con la eficacia, una extraña forma de vida en una época en la que el efectismo y el “resultadismo” imperan en el deporte.

Otro catalán, otro Josep, éste de apellido Pla, escribió en Nocturno de primavera algo sobre los pueblos sin pasiones: “han eliminado de su ámbito todo rastro de posibilidad que traspase el mero interés inmediato”. La correspondencia, claro está, no es gratuita.

“Pep”, ese entrenador que revolucionó la forma de ver y entender el futbol moderno (un alumno indirecto de Rinus Michels) fue un espía que supo aprovechar las herramientas de sus predecesores, la cantera que ahora parece inagotable de La Masía y que supo retirar elementos para apuntalar otros: la separación de Ronaldinho, Deco y Eto’o que en un principio sonaba más a capricho, para fortalecer el trabajo de Messi, Alves, Xavi e Iniesta.

El trabajo de este agente, de este doble agente que vivía como jugador su vida de estratega, dio al mundo futbolístico uno de los mejores cuadros (muchos dicen que el mejor) de todos los tiempos. Gracias a su labor, a su esfuerzo y a la manera de anticiparse a lo que sus oponentes pensarían (como el detective Holmes que mediante la lógica siempre se encuentra un paso adelante de los criminales), Guardiola se une a otros entrenadores que revolucionaron el juego culé: Helenio Herrera y Johan Cruyff.

En lo particular estoy agradecido con Guardiola por su capacidad de convertir cada elemento del juego en una pieza fundamental para la armonía de los pases, de las paredes y pasadas por la espalda; de llevar al límite lo que él mismo declaró tras un juego frente al Real Madrid: “El balón es quien ordena a los equipos”. Estoy agradecido con el técnico que llevó la batuta de una orquesta que sabía que al tocar el balón por todo el campo, sin esconderse detrás del esférico, se podía marcar la diferencia; que no es necesario contar con elementos dedicados a destruir el juego, ni con un eje de ataque fijo, un roble que baje balones y sirva de poste, que recorra el terreno como un velocista para anotar.

El entrenador que llegó en junio de 2008 después de dirigir y ascender al equipo de fuerzas básicas del FC Barcelona, el mismo que en ese mismo año tuvo una temporada de ensueño al conseguir el triplete (Liga, Copa y Liga de Campeones de Europa) sintió que había llegado el momento de dar un paso al lado para recuperar el ánimo y, creo, debemos abrazar su decisión.

Quizá las derrotas frente al Chelsea y frente al Madrid en este año (las cuales le acarrearon la eliminación de la Champions y alejarse a siete puntos del líder de la Liga de España, respectivamente) abonaron a la decisión de Guardiola, quien vio los esfuerzos maquinales de dos equipos que perfeccionaron su defensa y que tentaron a la falta de puntería del mejor jugador del mundo, Lionel Messi, así como al infortunio de la “bestia de dos cabezas”, Xavi e Iniesta. Estos conjuntos, el inglés y el español, encontraron la forma de soportar para después dar latigazos certeros pues ninguno de ellos jugó con delanteros, sino con laterales y extremos. Sin embargo, así como no hay una mejor manera de ser espía que otra, tampoco hay mejor sistema de futbol que otro. Eso también debemos entenderlo.

Quizá el futuro depare un retorno de “Pep” al equipo blaugrana. Si no es así entonces podremos escuchar la voz del catalán Serrat mientras canta, a la orilla del gris Mediterráneo, la estampa de Barcelona “Temps era temps”, y saber que también ahí, al lado de Basora, César, Kubala y Manchón, estará Guardiola, el entrenador que ganó todo de una forma armónica. Vendrá a nuestra memoria el instante en el que un entrenador paralizó al mundo del futbol, y recordaremos a Vila-Matas cuando apuntó sobre la literatura, el oficio de espiar y los días decisivos: “… aquel día parecía tener vocación de convertirse en uno de esos que con el paso del tiempo acabamos recordando como un día largo y hasta escribimos (…) sobre ellos; sí, escribimos sobre ellos, obsesionados por ese día en el que se decidió en pocos segundos toda nuestra vida, escribimos porque ya no nos queda nada mejor que hacer que recordar ese día y escribimos que lo recordaremos siempre. Ya no vivimos, sólo escribimos sobre ese día: extraña forma de vida”.


Este texto se publicó en Incidencia.com.mx en 2012


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