¿Demasiado viejo para el rock n' roll?
El despertador suena a las seis de la mañana. Lanzo la
primera maldición del día. Sé que debo alistarme para el trabajo y vencer la
puntualidad de mis compañeros, aunque desconozco por qué debo hacerlo. ¿El mail
malhecho del área de recursos humanos que me recuerda quiénes cumplen años es
el motivo? No, lo dudo. Me baño y bebo café sin azúcar porque, como decimos los
ortodoxos, endulzar una taza es como moler a palos a una foca bebé en Canadá.
Soy de esos afortunados a los que se les permite no llevar traje a la oficina,
así que busco mi playera de Black Sabbath, el pantalón de mezclilla, los tenis
azules y un saco sport de color gris. Salgo de mi casa no sin antes colocarme
los audífonos y reproducir desde el iPhone la canción de Jethro Tull que
escucho como mantra todas las mañanas, el himno con el que mi jornada laboral
inicia: “Too Old to Rock n’ roll, Too Young to Die”.
Empleo mi hora de trayecto para avanzar en la lectura del
libro de la semana y revisar noticias en Twitter; leo algo relacionado con la
inauguración del hotel Bob Dylan, en Woodstock, cuyo lema es “un espacio de
amor y paz”. Después de reír en silencio por aquel eslogan, recuerdo que el
último disco compacto que compré fue Modern Times, de Robert Allen Zimmerman
(sí: conozco el nombre real de Dylan), en 2006. También pienso en los White
Stripes, quizá el último grupo en cuya discografía me empeñé, así como en mi
temor al mundo que nos quedará tras las partidas de Lou Reed y el último de Los
Ramones, en el desfallecimiento de Leonard Cohen o en el mal estado de salud de
Morrissey. Me doy cuenta de que soy un “viejo musical” y no, no hay mail
laboral contra eso.
Estos tiempos son extraños para mí, hay cosas que no
entiendo y otras que en realidad no me gustaría comprender. Existe música que
me pasa de largo y otra que me enfada. Quiero creer que existe una paradoja, un
punto de inflexión en la idea de ser un alma vieja, un estilo estático que me
haga adecuarme a estos tiempos, como lo hizo el disco de Dylan… Pero eso es lo
que me gustaría creer.
Una vez caminaba por un centro comercial y unos jóvenes me
alcanzaron para preguntarme dónde había comprado mi playera de Lady Gaga. Con
demasiada amargura les respondí que el rostro estampado era de David Bowie, que
era la portada del disco Aladdine Sane. Uno de ellos dijo con extrañeza “pues
YOLO”; dieron media vuelta y me dejaron pensando en lo afortunado de que las personas
que aseguran practicar el “YOLO” sólo viven una vez.
Otro episodio relacionado con mi antigua alma sonora es el
de la transformación de MTV, ese canal donde antes, por increíble que ahora
parezca, transmitían videos de música, un espacio en la televisión que me
presentó a Alice in Chains, que me trajo videos de Nirvana y White Zombie, NIN
y los Pixies, pero que ahora transmite a One Direction masacrando uno de los
más grandes éxitos de Blondie —“One way or another”— o una serie de reality
shows con celebridades en el olvido. Quizá como versa la canción de Pearl Jam:
“It´s evolution, baby”.
Hace algunos años, en una mudanza, encontré mi baúl del
tesoro: una caja de cartón con más de quinientos casetes que grabé, entre los
cuales hay varios compilados, esos mixtapes que ahora se transformaron en las
playlists que alberga mi reproductor portátil. Sentí nostalgia por los días en
los que rentaba compactos para grabarlos en jornadas maratónicas a los casetes
de sesenta y noventa minutos. Entre las cintas encontré Too old to rock n’
roll, too young to die, álbum de 1979 que significa para mí, más que diez
canciones, un instante en el que forjé tanto mi educación sentimental como las
pinceladas sonoras que a la fecha me acompañan.
Sí, soy un viejo musical, y mi paradoja radica en ser un
moderno antiguo, alguien que tiene su música respaldada en un disco duro de dos
terabytes, que reproduce jazz y blues en formato mp3, que recuerda con
nostalgia el scratch de los acetatos y que busca un reproductor de discos láser
para guardarlo como tesoro junto al Atari y al Nintendo. Soy la persona que
tiene películas clásicas en BluRay, que disfruta el Tetris y Pacman pero que
también busca videojuegos con la más alta definición, alguien que encuentra en
lo moderno la manera de pensar en algo antiguo, y viceversa.
Soy el trabajador
que sale de la oficina después de ocho horas para escuchar su música durante el
viaje, mientras observa a jóvenes con playeras de Wolfmother, Skrillex o Lana
del Rey, que reproducen en sus teléfonos canciones de Katy Perry, Pharrel
Williams o incluso Kings of Leon, y piensa que es muy joven para morir pero muy
viejo para el rock and roll.
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