¿Ética o tráfico? El dilema Johansson


“¿Quieres ver las fotografías de Scarlett Johansson desnuda que fueron filtradas por un hacker? Aquí no las vas a encontrar”. Imaginé la posibilidad de leer este mensaje en alguno de los muchísimos medios de comunicación con presencia en internet. No fue así.

Los portales cayeron en la trampa, en el facilismo “informativo”. No comprendieron lo que hacían, y si lo asimilaron no les importó. Difundir fotografías obtenidas ilícitamente, y cuyo uso es exclusivamente privado no es ético. Vamos, ni siquiera tiene intención informativa.

Entonces, ¿por qué lo hicieron?

Para generar tráfico en la red, claro está, objetivo casi exclusivo de los medios de comunicación que transforman a sus lectores en followers, suponiendo su fidelidad a través del RT, del like o de una serie de emoticones. 

Y multiplicaron el pan y los peces de nuestra contemporaneidad: los memes y las galerías.

La exposición mediática de este tipo de imágenes fomenta que estos delitos continúen, al tiempo de violentar al agravado una y otra vez con cada clic. No sólo eso, también permiten que contenidos sin objetivo de convertirse en información se transformen en su columna vertebral, en su línea editorial.

La "espectacularización" del periodismo como etapa última de la violación de las esferas de lo público y lo privado.

Esta no es la primera vez que Scarlett Johannson ha sido víctima de este tipo de invasión a su privacidad ni ha sido la única celebridad pues en 20011 el hacker Christopher Chaney difundió una serie extensa de imágenes no sólo de ella sino de otras actrices como Mila Kunis y Christina Aguilera. El FBI tomó el caso en sus manos, ubicó y detuvo a Chaney, quien en la actualidad purga una condena de 10 años.

En marzo de este año Jennifer Lawrence también fue víctima de este tipo de felonía cibernética. A ella se le sumaron modelos y actrices que vieron publicadas fotografías íntimas en la red. Aún no se han encontrado a los responsables.

Estos delitos se presentan con mayor frecuencia, y los medios de comunicación tropiezan con la misma piedra al volverse en partícipes de la transgresión del cuerpo, en porristas del sexting, ese fenómeno de nuestra era digital que se caracteriza paro tomarse fotografías en posiciones eróticas o semisexuales y mostrarlas en redes sociales como Snapchat que, se supone, son privadas —aunque sabemos que en la red lo privado es una utopía—, o para guardarlas o enviarlas a alguien.


Vulnerar la privacidad de las celebridades y de quienes no lo son en aras del éxito editorial es la vía más corta de hacerse presentes en redes sociales —ese parnaso donde si no te encuentras no existes porque no eres medible—, mientras que analizar el suceso, exponerlo de una manera informativa y no circense cuesta más trabajo porque implica analizar, reflexionar en contra de la inmediatez,  el reality show en el que nos convertimos como sociedad y en el que los medios se transformaron en paparazis digitales.

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