Remake del horror



El esfuerzo por generar terror en México ha provocado que las organizaciones delictivas hayan buscado impactar de manera monstruosa la vida cotidiana: decapitados, colgados, encajuelados, desmembrados, cuerpos disueltos en ácido o calcinados fueron la primera etapa de lo atroz; y así poco a poco se dio paso —sin que nos diéramos cuenta, o a pesar de que lo hiciéramos— a los videos y a las ejecuciones rituales: cuerpos a quienes se les colocó una cabeza de marrano, cabezas sin cuerpo a las que se les habían metido los testículos en la boca, extremidades cercenadas con motosierras, sujetos que en la pantalla interrogaban a presuntos delincuentes obligándolos a señalar enemigos a punta de pistola, a filo de machete, a burlas de verdugo.
La llamada guerra contra el narcotráfico impulsada desde el sexenio de Felipe Calderón llevó a México a sufrir una reingeniería de la monstruosidad con la aparición de personajes como Edgar Villarreal “La Barbie”, o con grupos delictivos como Los Zetas, la Familia Michoacana o La Línea, elementos que han impedido al país recuperar su estabilidad social o los que quizá solo hayan servido para revelar su rostro verdadero.

En la actualidad nos hemos enfrascado por atestiguar el acto más aberrante. No es difícil escuchar a hombres y mujeres presumir como medallas que en su estado, municipio o barrio ejecutan más, que en tal o cual calle colgaron a tres, mientras otro le responde “eso no es nada, en la tienda donde hago el mandado tiraron siete cabezas y siempre dejan narcomensajes”.

La sociedad es un personaje grotesco que hace de la tragedia una puesta en escena que va de lo irónico a lo cínico, muchas veces de forma involuntaria y otras tantas con conocimiento de causa.

En 2013 el fotoperiodista mexicano Christopher Víctor Vanegas Estrada obtuvo el tercer lugar en la categoría “Temas Contemporáneos” del World Press Photo con una imagen en la que se observan dos “momias” colgadas de un puente en Saltillo, Coahuila, mientras en el suelo otros tres cuerpos están envueltos en trapos blancos, de los pies a la cabeza.


Al abordar la temática de la violencia Vanegas captura tanto la parodia del horror como la plasticidad con la que se representa una sociedad donde el crimen no sólo gana terreno sino que se convirtió en “el terreno”, en el lugar donde se sucede lo cotidiano.

La puesta en escena, llamémosla así por la búsqueda plástica de la violencia, es un mensaje en sí mismo y va más allá de la amenaza y del terror con la que nos (mal) acostumbraron los verdugos, sino que se aproxima a la burla, a la broma macabra.

Imaginemos el momento en el que los captores de los colgados decidieron envolverlos, imaginemos que a alguien se le ocurrió decir que serían como momias. Esos cuerpos se transformaron en una escenografía de lo macabro.

Este ánimo de performance nos hace suponer que estos “artesanos” de lo grotesco pensaron en su escena como una “obra”, como algo original, dejando de lado los “simples” colgados o decapitados para dar paso a una composición donde las momias serían el elemento principal, alejándose de la muerte como tragedia y buscando su efecto burlesco.

Si bien en “Los desastres de la guerra”, serie de grabados de Goya, se busca aproximar al espectador al horror y la tragedia, herirlo de alguna manera, en esta representación del crimen se busca ridiculizar a las víctimas y mostrar una superioridad frente a lo atroz ocultándose en la ocurrencia y atraer al espectador a una escena de película, no sólo herirlo sino, por qué no, arrancarle una sonrisa.

Por si fuera poco en octubre de 2015 se presentó una escena similar en el puente de La Concordia, en Iztapalapa, Ciudad de México, donde “apareció” una momia: un hombre que pendía vendado casi por completo.

Si en la primera fotografía, este testigo privilegiado del horror, el concepto cinematográfico estaba presente, como si se tratase de una escena de una película de terror, en la segunda existe un gesto de remake (recreación), este ejercicio en el que el que se recrea una obra para dotarla de un nuevo significado, aunque sea en apariencia.

En Ante el dolor de los demás, Susan Sontag asegura que “las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Una llamada a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida conciencia, repostada sin pausa de información fotográfica, de que suceden cosas terribles”. Pero en México donde el estándar de la violencia es atroz, se busca la parodia de lo siniestro.

Y aquí estamos, actores involuntarios de este remake del horror.

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