Un fantasma recorre América Latina
“El
narcotráfico moviliza gobiernos y mutila
o
pervierte las vidas de millones de personas,
pero
la mayor parte de su daño
ocurre
por debajo de la atención mediática”
Narcoamérica, Dromómanos
Un fantasma recorre
América Latina, el fantasma del narcotráfico. Hablar del fenómeno del narcotráfico
es enfrentarse a una Hidra, esa serpiente de cien cabezas a la que si le cortas
una crecen dos más. Hablar del narcotráfico es contar las historias más allá de
las cifras, ese modo tan impersonal de explicar la descomposición política y
social. Hablar del narcotráfico, por si fuera poco, es una empresa que exige
adentrarse a las entrañas de la corrupción, hacerle frente e intentar salir
bien librado de la batalla.
El tráfico de narcóticos
en América Latina ha pasado de ser un fenómeno aislado para transformarse en un
modo de vida, al motivar el impulso económico de la región pues genera unos 320
mil millones de dólares anuales, lo equivalente al 1.5 por ciento del Producto
Interno Bruto (PIB) mundial. Latinoamérica es ya “Narcoamérica”, una región que
tiene a 16 de los 25 países más peligrosos del mundo: Colombia, El Salvador,
Guatemala, Honduras y Venezuela con más de 30 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
Además de México, Brasil, Bolivia, Panamá, Ecuador, República Dominicana y
Paraguay.
En diciembre de
2011 tres periodistas emprendieron un viaje por 18 países de Latinoamérica,
enfocándose en reportear el tráfico de drogas, quizás el único fenómeno que une
a la región, visitando poblaciones cuyos habitantes han traficado porque
resulta más redituable que el “trabajo limpio”.
Cada una de las
historias que recolectaron fue compilada en Narco
América. De los Andes a Manhattan, 55 mil kilómetros tras el rastro de la
cocaína, una publicación en la que los periodistas Alejandra Inzunza, José
Luis Pardo y Pablo Ferri registraron que ni “en los lugares más remotos de la
tierra falta cocaína”.
El libro está
armado más que como un mapa como un rompecabezas, una suerte de piezas
narrativas que componen la cartografía de la cotidianidad del narcotráfico.
Así, historias de
sicarios, de “mulas”, personas que lavan dinero, adictos de Brasil, Perú,
Bolivia, intentan devolverle el rostro a las estadísticas para manifestar que
muchos de ellos se relacionan con las drogas porque “no hay de otra”, personas
que intentan ganarse la vida como sea, sobrevivir, como Sara, de Bolivia, quien a falta de dinero y de
oportunidades quien después de vender marihuana se tragó 78 envoltorios de
cocaína —unos 800 gramos— bajo la promesa de que al llegar a su destino
recibiría una fuerte suma de dinero. El riesgo, más allá de la prisión si te
descubren es una posible muerte si los
envoltorios plásticos se rompen.
Sara
llegó sola a la frontera de Chile hacia las cinco de la tarde. La señora Myriam
le había dicho que, si le preguntaban, dijera que era estudiante. Su dolor de
vientre le había acompañado todo el camino. Antes de bajarse del bus y checar
sus papeles, había vomitado varias veces un líquido verdoso. Una señora que
viajaba con ella le había preguntado y ella contestó que estaba embarazada, que
serían las náuseas. En la frontera los funcionarios sospecharon, pero la
dejaron seguir. Más adelante, en mitad del desierto, entre Arica e Iquique,
Sara empezó a vomitar sangre. En el puesto de control de Cuya, los policías lo
vieron claro:
—¿Usted
que está llevando? —le preguntó un oficial.
Sara
no pudo más:
—Necesito
que me ayuden —les dijo.
Colombia después de
Pablo Escobar, campesinos de Guatemala azorados pro las pandillas de su país y
por Los Zetas, Puerto Rico y Panamá como los puntos principales de negocios
entre cárteles, un narco que quiere filmar una película, traficantes por
casualidad, la desaparición de 43 estudiantes en México, narcomilitares,
piratas, favelas, grupos élites oficiales que matan a quien esté enfrente, la
legalización de la marihuana en Uruguay… todas y cada una de estas historias
son las que hacen del libro algo más que un simple libro de narcotráfico ya que
habla de miseria pero también de bondad, de sobrevivencia y de tragedia. De
instantes.
Si bien en este
libro —que también funciona como bitácora de viaje— algunas de las historias
pareciera no se compenetran del todo con el objetivo de trazar una geografía
del narcotráfico, la publicación adquiere una valía particular pues todo
aquello relacionado con este fenómeno es multidireccional, pues como se afirma:
“la
mula, el burrier, el traficante, es apenas un primer eslabón de un fenómeno que
nunca será del todo comprensible, y que sólo puede ser medianamente dibujado,
del cual pueden caer algunos peones, algunos alfiles, un par de torres.
Incluso, de vez en cuando, se puede hacer mate a algún rey, pero el ejército
sigue en pie. El negocio sigue funcionando. No tiene fin. En un estómago, en la
tabla de surf, en las maletas, en las carriolas, entre la ropa…”
Narcomérica… es un libro que destaca por su agilidad
narrativa, por la crudeza de sus entrevistas y por la dirección que toma en su
conjunto. Sin llegar a perder el rigor de los datos, los Dromómanos entregan
algunas historias que de inmediato se integran a las mejores crónicas que se
han escrito sobre el narcotráfico, historias que no son de narcotraficantes de
relumbrón, sino de personas cuyo sino es la tragedia. Algunos de ellos, claro
está, la abraza y le sonríe como quien sabe que “lo bailado nadie se lo quita”.
Los Dromómanos,
ganadores de los premio Ortega y Gasset de periodismo impreso en 2014 y del Premio
Nacional de Periodismo ese mismo año, son un grupo de periodistas ambulantes
que exploran para descubrir y luego mostrar; su trabajo, como ellos mismos lo
dicen, va más allá de las redacciones de los impresos y digitales sino que
buscan el contacto directo no solo con sus fuentes sino con sus cómplices de
camino, con esos eslabones que forman parte de una cadena que aprisiona a
América Latina, y a la que muchos ya no observan porque “es normal”.
Narcoamérica… no es un libro de respuestas, sino un
compendio que expone desde un recorrido a pie distintas caras del tráfico de
estupefacientes, un libro que sabe que tanto la prohibición y la corrupción
forman parte del caldo de cultivo de la violencia y la pobreza en la región, un
libro que está cierto de que es la hora del cambio.
En el prólogo
escrito por Roberto Saviano, autor de Gomorra
y Cero, cero, cero, escribe:
Las
nuevas generaciones de narradores se dejan ya de titubeos y han decidido
afrontar a la bestia, contar el mundo tal como se les cruza, tal como se les
resquebraja bajo los pies. Una nueva generación que no se deja extraviar en lo
que debería haber sido y no se hizo realidad. Narradores que no requieren
desenterrar significados profundos que hagan el vivir diferente. Lo primero que
hay que hacer ahora, lo más importante, es observar, entender, describir.
Describir cómo se alinean los elementos del desastre.
Eso me gustaría
creer.
Comentarios
Publicar un comentario